Textos

El sonido archivado

Día 200

En esos fríos días, cuando todos desean que el verano se adelante en llegar, yo me ahogaba en un limbo de dudas y no me importaba nada climático. A pesar de ese cansancio visual, quise ver una vez más mi Facebook, y lo hice solo minutos después de haber terminado mi trabajo virtual. Ya tenía meses en el mismo ajetreo. A veces pienso que tenía su gracia navegar un par de horas en el tempestuoso tráfico limeño. Recuerdo mi último día en la oficina desde que nos avisaron que trabajaríamos remotamente y que solo sería por 15 días…

En mi bandeja de entrada ya no tenía mensajes, pero seguía mirando la pantalla, ya no había razón por la cual me quede sentada. Cerraba los ojos, los abría. Luego por un instante pensaba en cómo pude haber caído en ese infinito vacío. En mis tiempos libres, podría estar pintando, leyendo, escribiendo, pero no. Ese día di con la sensación que ya no había ningún color en mi mente. Dejé el celular en la cama y miré hacia el frente los muñecos que adornaban la pared azul que él había pintado con tanto amor. Mi corazón se retorcía, pero no podía quebrarme.

Me recosté en la cama de costado, tapando mi oreja derecha con mi larga y frondosa cabellera. A pesar de tener los ojos cerrados, seguía pensando en mi triste realidad y pedía con fuerzas que todo vuelva a la normalidad. Luego de unas horas, escuché que se aproximaba el zancudo a mi oreja derecha….. ZZZZZZ. Abrí los ojos y lo removí desesperadamente con mi mano. ¡Maldita sea! ¿otra vez el zancudo quiere entrar? Pero el sonido se difuminó como si no hubiera existido nunca. Parecía como un sueño extraño, o como si mi cerebro hubiera archivado el sonido terrorífico del anterior zancudo. Tal vez mi mente lo usó maquiavélicamente para despertarme ahora, porque mi pierna estaba adormeciéndose por la mala circulación. Quizás, ahora ese sonidito alborotador forma parte de mi ser. Entonces quedé perpleja por lo que puede hacer mi propio subconsciente, que el mismo zancudo. Por un momento negro, quise sentirlo nuevamente, pero presentía que algo ya no estaba bien en mí. Intenté retomar el sueño, y abracé con cierto temor a mi bebé.

Día 45

Casi a las 2: 30 de la madrugada, mientras dormía plácidamente en posición fetal, un zancudo de esos diminutos que tienen un sonido muy fuerte, estaba volando sobre mi oreja izquierda. Yo estaba en transición del sueño ligero, por lo que mi mano reaccionó con un golpetazo para ahuyentarlo de esa zona. Pero un sentido de advertencia detectó que aquel bicho estaba haciendo algo peligroso. De modo que abrí los ojos y calculé que el zancudo estaba literalmente atrapado, dentro de mi oído. La adrenalina empezaba a secretarse y de inmediato salté de la cama. En plena oscuridad, incliné mi cuello como cuando muchas veces he tratado de sacar el agua de mi oreja. Pero no salía. Solo escuchaba su desesperación, pues el pequeñín intentaba salir de esa cueva oscura. De pronto, alocadamente saqué la pinza que estaba cerca de mi tocador, para tratar de sacarlo. Nada. Sus alitas rozaban mi piel en un ritmo agudo y escalofriante. Mi corazón palpitó más al detectar que el zancudo había tomado la decisión de sumergirse en la profundidad de mi oído. Fue cuando estiré el lóbulo de mi oreja hacia abajo para tratar de abrir el orificio. Fiiuu ¡salió! y zum, se posó en el espejo que estaba frente a mí. Mis ojos ya podían ver en la oscuridad. Permanecí quieta, observándolo por unos segundos, pero él percibió mi mirada y partió al vuelo. No creo que quieras seguir chupando mi sangre por un buen tiempo, le dije.

Me limpié con alcohol toda la zona. ¡Me ardió! porque había sacado vellitos en mis intentos de extraerlo con la pinza. Después de unos minutos, intenté dormir nuevamente. Pero, más me asustaban mis pensamientos. Quizás sus alitas hayan tenido la capacidad de trasladar el coronavirus o cualquier otro parásito que pueda acceder con facilidad hasta mi cerebro. Pero traté de tranquilizarme, respiré profundo y acaricié mi barriga. Sentía sus pataditas. Rayos, nacerá pronto. Pero él ya no está conmigo.

2 días antes

Abrí los ojos, porque estaba segura que había sido despertada por él: ¡Luuuucy! ¡Luuuucy! De pronto, escuché un gran golpe desde mi ventana. Corrí hasta ahí y pude observar desde mi segundo piso, unas manos que señalaban “Aquí estoy”. Era mi amado que llegaba desde España. Serás papi, al fin, le grité sonriendo. Formando un abrazo en su cuerpo, me dijo: ¡Cuando esto acabe volaré hacia ti, para decirte, susurrándote al oído! ¡cuánto te amo!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

A %d blogueros les gusta esto: