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Mis 8 días en el colegio Santander fueron perturbadores. Todos los días mi nana tenía que luchar para llevarme arrastrándome durante varias cuadras hasta la escuela. Era un martirio despertarme con la idea de que volvería a ver a esos niños malcriados. Sobre todo, al monstro que me hacía llorar cada vez que salíamos al recreo. Muchas veces se me acercaba para jugar, pero yo gritaba llorando en señal de auxilio, porque pensaba que me quería hacer daño. Sumado a eso, las condiciones en que se encontraban las instalaciones eran terribles. Era una casona antigua que había sido adecuada para un colegio nacional. Lo peor era que el patio estaba techado por una calamina gris, y los baños eran oscuros y malolientes. El ambiente era sumamente sombrío, violento y muy inconveniente para una niña que vivía con ciertas comodidades en su casona antigua, pero grande de Pueblo Libre.
Mis padres trabajan mucho, por eso mi hermano y yo nos quedábamos con una muchacha.
Ella, le decía a mi mamá que yo era muy exagerada y engreída. Tal vez era cierto, era una niña mimada y demasiado sobreprotegida. Al punto que no podía entablar una conversación normal ni siquiera con sus propios padres. Recuerdo que cada vez que mi papá me preguntaba: ¿Cómo te fue? No podía decirle la verdad. Simplemente no tenía el valor de hacerle notar que yo era una completa tonta. Así que siempre le respondía con mi vocecita de niña tímida: _ Bien papi.
Tenía solo 6 años de edad. No entendía muy bien lo que me estaba ocurriendo porque tampoco tenía idea de quién era yo exactamente. Mis días en aquel colegio nublaron totalmente mi razón, pero de alguna manera sabía que pasaría rápido. Uno de los días más horrorosos en aquella escuela fue cuando pedí permiso para ir al baño. La profesora con voz dura y autoritaria me ordenó que esperase hasta la hora del recreo. El tiempo era una eternidad y mi vejiga ya no podía soportarlo. Apenas escuché el timbre con sonido infernal, supe que era mi momento de correr. Con desesperación llegué al patio donde estaba la puerta más asquerosa que pude haber visto en mi corta vida. Toqué, para saber si estaba ocupado. Y lo estaba. Mientras esperaba, cerraba los ojos rogando en voz baja que se apure. En eso, la puerta se abrió y salió una niña con el rostro totalmente desfigurado. Por un segundo, quedé paralizada, pero sabía que no podía esperar más, entonces intenté entrar al baño mientras ella me miraba sin expresión. Se colocó apropósito en la puerta para tal vez incomodarme. Pero a tientas tuve que pasar por su costado. Intuí que me estaba dando una especie de bienvenida, pero su rostro era tan espantoso que no podía hablarle. Estaba sumamente aterrada como para mirarle a los ojos…y entre una especie de tembladera traté de sobreponerme por aquel contacto extraño. Pero mi prisa fue en vano porque me di con la dura sorpresa que el baño no tenía luz y emanaba un asqueroso olor que jamás había percibido. Simplemente no pude entrar. Pálida y sin otra expresión, atiné a volver nuevamente a mi aula. Mis ganas de orinar se intensificaban, hasta que mi llanto me delató…Me oriné sentada en la carpeta. Ese instante humillante fue glorioso para la profesora, que alertó a todos para que me mirasen y se burlen de mi acto cobarde. Mientras mi corazón se partía de impotencia, la profesora salió para llamar a la directora.
_ Ya verás lo que te sucederá por no orinar en el baño, niñita. Mi llanto se tornó en histeria cuando todo empezaron a reírse. Unos se acercaron a mí solo para mostrarme sus parpados volteados o tirarme papeles mojados de saliva.
Solo quería que aquel momento desaparezca y se vuelva todo negro. Que nuevamente venga la luz.
La directora ya estaba enterada de mi caso, y tenía cierta preocupación pues sabía que siempre sufría en la hora del recreo y normalmente solucionaban mis ataques, devolviéndome nuevamente al aula. Pero esta vez, decidieron llamar a mi mamá y mientras tanto, la directora tomó la decisión de llevarme a su oficina para conversar conmigo.
Directora: Lucía quiero saber por qué no sales al recreo y lloras constantemente.
Yo: es que hay un monstro que me persigue (llorando)
Además, prefiero orinarme en el aula porque no quiero ir a esos baños oscuros y apestosos. Y por eso la profesora me grita mucho…ella me odia.
Directora: mmm ese monstro que dices tú, es una niña que tuvo un accidente. Como verás, su casa se incendió y el fuego quemó su carita. Más bien, lo que debes hacer es jugar con ella para que se sienta contenta. Además, no solo se desfiguró la cara, ella perdió a sus padres en ese accidente.
Imagínate no tener a tus padres…
Yo: (me quedé callada)
Sentí un pánico, al imaginarme no tener a mis padres. Eso hizo que comprenda lo afortunada que era.
Maestra: De igual manera debo conversar con tu mamá.
Yo: sí, profesora. Yo entiendo que hice mal…pero igual quiero irme. Dígale a mi mamá que me saque de aquí, por favor.
Maestra: yo lo que deseo es que comprendas que muchos aquí son muy humildes. Y como ven que tú eres diferente…te fastidian, pero no les hagas caso.
Yo: Sí, porque yo no les hago nada…y me molestan (llorando)
Después de la charla, volví al salón. Cuando tocó la 2da tenebrosa campana, todos salieron disparados al recreo. Al rato, se me acercó una niña alta. Supe después que la directora había enviado a una alumna de 4 grado de primaria para que me cuide a la hora del recreo. Ella hizo que mis últimos días en ese colegio sean más acogedores. Con ella pude acercarme e incluso jugar con la niña. Desde aquel día, comprendí cuán noble era ella al extenderme su manito para realizar el juego de la ronda. Supe por primera vez, que un ser humano me había cambiado la vida.
Esa tarde, cuando mi mamá entró al colegio, salió llorando. Me dijo que no se imaginaba que el lugar era tan deprimente. Sentía su lamento por no haberse cerciorado. Todo lo había realizado muy rápido pues ya no había logrado encontrar una vacante para primer grado de primaria. Al día siguiente ella decidió buscar un colegio que también esté cerca de la casa. Y al enterarme, quizás un lado de mi ya no quería irse y perder esas amistades, pero también sabía que me iría mucho mejor cambiar de ambiente.
Gracias a esta etapa de mi vida es que aprendí a convivir y valorar a las personas a pesar de sus condición o diferencia social. También comprendí que la belleza de una persona definitivamente estaba en sus acciones y nobleza.
Con el tiempo me enteré que ese colegio fue desactivado en los años 90.
Fin
Setiembre, 2020